viernes, 24 de agosto de 2012

Desentrañando la chóra platónica. Una lectura filosófico-política de la categoría «ser» en República, Timeo y Parménides.


Si aquel mundo de las Ideas que Platón narraba en República era cognoscible, ¿no es acaso justamente porque las Ideas están allí postuladas desde un principio como eternas, como reposos absolutos? Si el mundo de las «copias» (que son «copias» precisamente porque participan pero a la vez se sustraen de la Idea, del «Modelo») aparecía sólo como opinable, ¿no es acaso justamente porque lo único (la única “parte”) que podía conocerse de ellas es exactamente ese reposo, su participación siempre parcial de la Idea? Si esto fuese así, entonces esa materia indócil, materia-movimiento que se sustraía tozudamente a la parálisis de la Idea, se nos revela, bastante en línea con los desarrollos de Deleuze en Lógica del sentido (Barcelona, Paidós, 1989), como devenir que, dado que planteado dentro de los términos de esta lectura del modelo metafísico-epistemológico platónico se convierte en lo no-cognoscible, en lo puramente opinable, queda afuera tanto del mundo cognoscible de las Ideas como del mundo opinable de las copias.

«Platón» ocurre cuando la recién nacida filosofía intenta salvar lo que su mismo nacimiento ya declara fallecido. El intento filosófico de recuperación de la sabiduría, del «saber» y de la experiencia fracasa no por falta, sino quizás por exceso de ahínco. Esas Ideas fijas que, sabemos, jamás pudieron haber sido fijas en puño y letra de Platón, se solidifican, se solidificaron sin que Platón pudiera más que acompañar, melancólico, la creciente rigidez de sus palabras porque, sencillamente, no hay, no había modo de que una «Idea» –al menos no tal como la entendemos aquí y al menos no en palabras, en definiciones explicativas– pudiese expresarse a otros sin palidecer hasta convertirse en piedra. “Así y todo”, concluye Sloterdijk, “en la vida de Platón debió haber cinco o seis momentos en los que también él, el distinguido y distante literato y lógico, se encontró, no en la reflexión, sino en la iluminación. Pero, como siempre, las experiencias culminantes de los viejos maestros del pensamiento parecen haber sido encargadas in persona y, visto desde tales premisas, su quehacer discursivo no sería más que, de entrada, el propio etiquetaje y desembriaguez de una iluminación inicialmente inexpresable. Tener que hacerse sobria en la propia elaboración de su formulación sería [fue…] el destino inmanente que, en sí misma, la filosofía cumple [la filosofía cumplió y sigue cumpliendo] en su progreso” (Sloterdijk, Peter, El extrañamiento del mundo, Valencia, Pre-textos, p. 103).

Buenos Aires
primavera de 2008

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